INTRODUCCIÓN GENERAL A LA HISTORIA DE LA TEOLOGÍA FEMINISTA
De las mujeres-objeto a las mujeres como sujeto crítico y creativo de la reflexión
teológica
Texto de Lucía Ramón
1. Las mujeres, ausentes “culpables” del discurso teológico.
2. La construcción eclesiástica de la diferencia sexual.
3. Las consecuencias de la patriarcalización de la Iglesia y sus
justificaciones teológicas.
4. La teología de la mujer o de la feminidad.
5. La especificidad de la teología feminista: no basta con ser mujer
y/o hacer teología sobre la mujer.
6. Hacia una nueva teología integral e inclusiva.
7. Una cronología general de la teología feminista cristiana.
8. Feminismo y teología feminista.
9. Una teología incómoda.
1. LAS MUJERES, AUSENTES “CULPABLES” DEL DISCURSO
TEOLÓGICO
Durante siglos las mujeres han sido receptoras pasivas de una interpretación y proclamación de la fe elaborada exclusivamente por varones en su mayoría clérigos. Su propia condición femenina constituyó a menudo un apéndice de una teología y una predicación en las que “la mujer”, en general y sin atributos, jugaba un papel secundario pero imprescindible para explicar acontecimientos decisivos de la historia de la humanidad. Sin “la mano femenina” era difícil “explicar” problemas acuciantes como el origen del mal, del dolor o de la muerte que se
remontaban al pecado original.
Uno de los primeros teólogos cristianos, Tertuliano, escribía: “...Deberías llevar siempre luto, ir cubierta de harapos y abismarte en la penitencia, a fin de redimir la falta de haber sido la perdición del género humano... Mujer, eres la puerta del diablo. Fuiste tú quién tocó el árbol de Satán y la primera en violar la ley divina”[1]. No es un caso aislado. Como ha mostrado el historiador Jean Delumeau en la historia del cristianismo va a aparecer muy pronto la figura de la mujer como un “agente de Satán”[2]
.
Textos bíblicos como 2 Cor 11,2-10 remiten a un arquetipo dominante en nuestra cultura: la Eva seductora, la que trajo el mal al mundo por su comercio con la serpiente. Ella representa a la mujer como género culpable, ocasión de pecado, tentación, cuyo cuerpo
[1] TERTULIANO, De cultu feminarum, en Corpus Christianorum, serie latina, obras de Tertuliano I, 343. Citado en DELUMEAU, J., El miedo en Occidente, Taurus, Madrid, 480.
[2] DELUMEAU, J., El miedo en Occidente, Taurus, Madrid, 471-521.
impuro y sucio, que la aleja más de Dios que el del varón, se interpone entre Dios y el hombre. Parte de la tradición bíblica, leída desde un marco de interpretación patriarcal, ofrecía nuevos argumentos para legitimar el odio a la mujer o su discriminación en la cultura grecorromana que vio nacer la teología cristiana.
2. LA CONSTRUCCIÓN ECLESIÁSTICA DE LA DIFERENCIA
SEXUAL
Los pilares fundamentales de ese discurso teológico-eclesiástico sobre la mujer que ha prevalecido hasta hoy en el imaginario colectivo sobre “lo femenino” han sido la consideración de la mujer como “agente de Satán”, como “varón defectuoso”, el modelo de la “mujer custodiada”[1] y la sublimación de la maternidad como meta y vía de expiaciónrealización para la mujer[2].
Las mujeres, constitutivamente más débiles y proclives al mal que los varones, debían permanecer en estado de sujeción y ser custodiadas por ellos de cualquier tentación e incluso de sí mismas, de su propia naturaleza corruptible.
Así desde la perspectiva teológica–eclesiástica las mujeres fueron consideradas secularmente “como cuerpos destinados a la Iglesia o a la familia: vírgenes incontaminadas e íntegramente dedicadas a la vida del alma, mujeres fecundas que garantizan la continuidad del núcleo familiar, [o] viudas capaces de olvidar las exigencias de la carne para vivir la vida del espíritu”.
A este público aparentemente ordenado y tranquilizador y aparentemente inmóvil e insensible respecto a los cambios de la historia, se dirigen los sermones, consejos, admoniciones y enseñanzas de predicadores, clérigos, monjes, maridos y padres”[3]. Muchas mujeres que rompieron con esa pasividad y adquirieron un papel activo sufrieron fuertes críticas, persecuciones e incluso la muerte precisamente por el hecho de ser mujeres y no permanecer en “su lugar”.
3. LAS CONSECUENCIAS DE LA PATRIARCALIZACIÓN DE LA
IGLESIA Y SUS JUSTIFICACIONES TEOLÓGICAS
El discurso eclesiástico sobre “la mujer” constituyó en Occidente el “cemento” imprescindible para reforzar un orden social patriarcal que, si bien no fue creado de la nada por el cristianismo, fue alimentado y consolidado por las teologías cristianas durante siglos. Hasta tal punto que todavía hoy es muy difícil para muchas personas separar teología cristiana y discurso patriarcal, como si ambas cosas fueran lo mismo[4].
Las mujeres y la creación teológica se convirtieron en algo aparentemente incompatible y de hecho, en un orden social y eclesiástico patriarcal a las mujeres se les negaba su condición sujetos teológicos.
A pesar de que Jesús de Nazaret llamó a las mujeres a un discipulado de iguales muy pronto comenzaron a establecerse y reforzarse dentro de la comunidad cristiana límites y exclusiones positivas para el apostolado de las mujeres y su participación en la predicación, los ministerios, la enseñanza y la teología. Estas limitaciones se han justificado durante siglos desde una antropología teológica y una “teología de la mujer” muy discutible y que todavía hoy sigue vigente bajo formas nuevas en la enseñanza oficial de la Iglesia. Estas antropologías consagraban a la mujer al ámbito de lo privado terminaban por recluirla en el hogar o en la clausura, mermando su creatividad y sus talentos naturales, invisibilizando sus contribuciones, vedándole toda posibilidad de participación en los ámbitos de producción intelectual, de decisión y de poder.
4. LA TEOLOGÍA DE LA MUJER O DE LA FEMINIDAD
Las teologías de la mujer, que podemos retrotraer a los Santos Padres, y cuyo último epígono ha sido la teología de la mujer o de la feminidad que floreció en los años 50 del siglo XX, otorgan, en general, la misma dignidad espiritual y vocación profunda al hombre y a la mujer, pero les atribuyen carismas y tareas diferentes que se desprenden de su “esencia” masculina o femenina. En 1959, uno de sus representantes, el Padre Henry, escribía: “El hombre no debe vanagloriarse de un rol que le es dado por Dios… No es su culpa si es hombre y si Dios ha establecido que tendría tal función en el matrimonio y la mujer tal otra… El hombre gobierna, puede ser sacerdote, enseña… El rol social de la mujer es paradójicamente el de hacer aparecer esta vida escondida con Cristo en Dios, que es lo esencial de nuestra religión”[5].
Las teologías de la mujer o de la feminidad de los años cincuenta pretendían revalorizar a la mujer y trataban de responder a una nueva situación en la que las mujeres estaban adquiriendo un mayor protagonismo en la sociedad. Pero no fueron más allá de una sublimación androcéntrica de lo femenino. En el fondo eran otra variación del mismo tema: varones, mayoritariamente clérigos que toman comogías se lanzaron a la búsqueda de un “eterno femenino” trascendente a las
culturas y al tiempo y trataron de apresarlo con sus formulaciones simbólicas y poético-metafísicas sin dejarse interpelar por las preguntas y la realidad viva de las mujeres concretas y de sus relaciones con los hombres.
Como ha señalado Maria Teresa Porcile se pueden “situar dentro de las teologías del genitivo, que son teologías o reflexiones teológicasque se elaboran a partir o alrededor de distintos temas, pero no necesariamente desde una experiencia de vida”[6].
5. LA ESPECIFICIDAD DE LA TEOLOGÍA FEMINISTA: NO BASTA
CON SER MUJER Y/O HACER TEOLOGÍA SOBRE LA MUJER
La teología feminista no debe confundirse con una teología sobre la mujer o con una simple afirmación de lo “femenino” en teología[7]. También es algo más que mujeres haciendo teología, ya que las mujeres pueden hacer teologías que no cuestionen los paradigmas patriarcales. Sólo podemos hablar con propiedad de teología feminista cuando nos encontramos con una teología que recoge las aportaciones y las interpelaciones de las teorías feministas y se construye en diálogo y en confrontación crítica con ellas.
La teología feminista acontece cuando las mujeres toman la palabra como sujeto doblemente crítica: a) con respecto de los conceptos, valores, normas y estereotipos de una sociedad patriarcal y excluyente que también mediatizan la experiencia de las mujeres; b) con respecto a las consecuencias que para la vida de las mujeres, la Iglesia y la sociedad han tenido y tienen las teologías patriarcales.
6. HACIA UNA NUEVA TEOLOGÍA INTEGRAL E INCLUSIVA
Pero la teología feminista va más allá de la crítica. También es reapropiación y reconstrucción creativa de la tradición religiosa desde un marco de interpretación no patriarcal. Supone la creación de un nuevo paradigma teológico inclusivo y liberador para toda la humanidad. La teología feminista quiere contribuir a una reflexión teológica verdaderamente universal y ecuménica, capaz de integrar las diferentes experiencias y lenguajes sobre Dios sin imponer un único discurso y una única experiencia de Dios como normativa para todos. Dios es mucho más grande que nuestros discursos y pretender que algún discurso humano pueda agotarlo no deja de ser una forma de idolatría. Para construir esta teología menos idolátrica la teología feminista reivindica la experiencia y el pensamiento de los otros diferentes del varón acomodado, blanco, occidental, y de este modo trata de abrir brechas y nuevas posibilidades de pensar, ser y sentir para todos.
Para la teología feminista el problema no está en el acceso de la mujer a ciertos ámbitos hasta ahora exclusivamente masculinos, sino en cuestionar la hegemonía de un único discurso, un único modo de sentir que se ha convertido en normativo. Catharina Halkes centra muy bien la cuestión cuando indica que reflexionar sobre el papel de las mujeres en la Iglesia y en la sociedad significa escribir acerca de las relaciones entre hombres y mujeres, porque “el problema no son las mujeres, sino el modo en que los hombres dirigentes han usurpado -como si fueran los únicos representantes de lo humano- la historia, la cultura, la sociedad, la religión, etc. Es la unilateralidad de la forma de vivir, de pensar y de imaginar de la sociedad blanca, técnica, rica, occidental, masculina, en suma, la unilateralidad de la cultura y la religión, lo que aparece como el núcleo del problema global”[8] .
Como ha señalado el historiador de la teología Rosino Gibellini, recogiendo las aportaciones de las teólogas L. Rusell y N. Morton, “la teología feminista introduce en el círculo hermeneútico –el círculo que vincula le experiencia del pasado fijada en los textos de la Biblia y de la tradición con la experiencia actual de la mujer- a la otra mitad de la humanidad y de la Iglesia, enriqueciendo la experiencia de fe, su formulación y sus expresiones. Si la teología de la mujer era un ameno jardín de orquídeas que teólogos célibes bien educados cultivaban para su deleite en el bosque de las disciplinas teológicas, la teología feminista es la teología de mujeres y cristianas que se atreven a realizar `el viaje hacia la libertad´; no pretende ser unilateral, sino reaccionar con eficacia a la unilateralidad de la teología y la praxis eclesial dominantes, y se presenta como una aportación a la `dimensión incompleta de la teología´ -en en expresión de L. Russell-, con vistas a una auténtica `teología integral´ (whole theology) –en palabras de N. Morton”[9].
7. UNA CRONOLOGÍA GENERAL DE LA TEOLOGÍA FEMINISTA
CRISTIANA
Desde un punto de vista cronológico podemos hablar de una etapa de antecedentes históricos, entre 1810 y 1820, que coincide con el movimiento feminista de las sufragistas en los Estados Unidos y que cristalizó -desde el punto de vista teológico- en la publicación de la Women´s Bible por Elisabeth Cady Stanton en 1895 y 1898.
Ya en el siglo XX alrededor de 1950, comienza una segunda etapa en la que la reflexión se centró en el acceso de la mujer al sacerdocio y que dio sus frutos en las Iglesias Protestantes (pues sólo las iglesias libres de América practicaban la ordenación de las mujeres desde 1853).
Progresivamente la reflexión se fue ampliando a otros ámbitos teológicos y se desarrolló una profunda reflexión sobre la metodología teológica que dio lugar a la teología feminista propiamente dicha, que fue consolidándose entre los años 1968 y 1975, coincidiendo con la teología latinoamericana de la liberación y la teología negra norteamericana.
En los años ochenta las aportaciones de las teólogas de África, Asía y Latinoamérica y de las minorías de los Estados Unidos abrirán una nueva etapa en la teología feminista, que se enriquecerá con las reflexiones desde otros contextos culturales y se verá confrontada con las diferencias entre las mujeres y la complejidad de las relaciones de opresión, en las que sexismo, racismo, y exclusión económica son interdependientes.
8. FEMINISMO Y TEOLOGÍA FEMINISTA
Desde sus mismos orígenes la teología feminista se sitúa en la tradición del feminismo occidental, que es descubierto por ella como herramienta teórica de análisis de la realidad y como un rico caudal de pensamiento crítico con un gran potencial de dignificación para hombres y mujeres. La teología feminista rechaza la consideración acrítica y en muchos casos interesada del feminismo como un asunto “de mujeres”[10].
Desde su perspectiva las aportaciones de la teoría feminista pueden enriquecer a toda la humanidad.
En términos generales, y sin entrar en este momento a establecer diferencias teóricas entre unos feminismos y otros[11], el feminismo, como tradición de pensamiento y movimiento social, tiene vocación de universalidad tanto por su objetivo como por su objeto. Su objetivo no es hacer prevalecer un sexo sobre otro –lo que sería caer en un sexismo equivalente al machismo- sino “construir un mundo en el que no exista una mitad invisible” sino un mundo de “mujeres y hombres libres y responsables de sus propias vidas”[12].
Para ello todos los feminismos estarían de acuerdo en que es necesario lograr “que toda niña de todas y cada una de las comunidades y culturas nazca para compartir un horizonte pleno de potencialidades humanas y que tenga el mismo abanico de opciones ante la vida que cualquier niño varón”[13].
Respecto del objeto del pensamiento feminista hay que subrayar que son las relaciones sociales, el modo en que están configuradas y su efecto sobre la vida de las mujeres. El feminismo no es un pensamiento sectorial sobre “la Mujer”, “es pensamiento crítico aplicado a la realidad social en todos sus aspectos: tanto a lo que los sociólogos consideran `macronivel', es decir, grandes sistemas políticos, económicos, ideológicos, como al `micronivel´, o relaciones de persona a persona y fenómenos psíquicos internos configurados por la sociedad”[14].
La teología feminista cristiana asume esta vocación universalista de la tradición feminista descubre en sus ideales y objetivos una clara convergencia con algunas de las aspiraciones fundamentales del cristianismo originario, ya que la comunión de toda la humanidad sin exclusiones y, por tanto, la comunidad reconciliada de hombres y mujeres, es una dimensión fundamental del Reino de Dios anunciado por Jesús. Aunque esta sintonía en cuanto a la vocación universalista o los ideales de justicia no le impide ser crítica con algunos análisis o propuestas de los diferentes feminismos.
9. UNA TEOLOGÍA INCÓMODA
La teología feminista es muy criticada al mismo tiempo que es la gran desconocida. Suscita incomodidad, y esto tiene que ver con tres de sus características, con las que queremos concluir este apartado introductorio: primero, su lugar teológico –la experiencia de las mujeres- ; segundo, su carácter interrogativo y cuestionador; tercero, es una teología aplica sistemáticamente la hermeneútica de la sospecha.
La teología feminista surge de la experiencia alienación que sufren las mujeres, de su conciencia de la disparidad existente entre las interpretaciones tradicionales sobre la identidad y la función de las mujeres y su propia experiencia de sí mismas y de sus vidas. Como dice D. Sölle, surge “por las heridas experimentadas”.
Es una reacción frente la ceguera de la teología y la piedad de las Iglesias ante el sufrimiento real de las mujeres y la insensible abstracción de su discurso: “Nace de la destrucción que se ha causado a la vida de las mujeres, sea esta económica, política, social, física, intelectual o psíquica.
Esta teología hace bien patentes las mutilaciones. Surge entre mujeres que se dan cuenta de su situación y que dan pasos en común para modificarla, haciendo visibles las causas que han provocado tal situación, rompiendo con los convencionalismos y las formas de la teología dominante y de sus avenencias con el poder”[15].
Para la teología feminista el reto no consiste sólo en recuperar las voces de las mujeres para compensar su “ausencia” secular y su patente invisibilidad. El verdadero desafío es atreverse preguntar el por qué de esa ausencia, a quién ha beneficiado, a quién interesa. Preguntas incómodas que siguen suscitando rechazo tanto a muchos hombres como a muchas mujeres que prefieren no saber. Como ha señalado Letty Russell la teología feminista es más una teología de la quaestio que una teología de la lectio: “En lugar de aceptar cierto texto (lectio) emanado de los `padres´, se deben suscitar cuestiones (quaestio) serias para tratar de discernir qué significa verdaderamente ser hijos/hijas de Dios”[16].
La teología feminista es, finalmente, una hermeneútica de la sospecha, una hermeneútica evaluativa y una hermeneútica creativa[17].
Como hermeneútica de la sospecha trae a la luz el hecho de que incluso los textos del Nuevo Testamento deben ser trascendidos críticamente de sus moldes patriarcales a fin de rescatar la visión de las mujeres como sujetos históricos y teológicos plenamente humanos en pie de igualdad con los discípulos varones.
Como hermeneútica evaluativa siempre tiene en cuenta como criterio de verdad el efecto de una determinada interpretación bíblica y teológica sobre la vida de las mujeres y sobre la promoción de su plena humanidad. Cualquier cosa que la niegue, la disminuya o la distorsione es considerada inaceptable e inmoral, indigna del Dios de Jesús, y por lo tanto falsa.
Como hermeneútica creativa la teología feminista rememora el mensaje originario del Evangelio y se reapropia de la tradición cristiana actualizándola a la luz de la experiencia de las mujeres. Trata de subsanar los olvidos y los silencios de nuestra tradición en torno a las contribuciones y el liderazgo espiritual de las mujeres. Y se compromete en la búsqueda de caminos para superar el mal y la injusticia. La teología feminista se arriesga al sueño y a la profecía, invita a una conversión de la mirada que nos permita barruntar la profundidad de la realidad, su hondura, la dimensión espiritual, los signos de cambio incipiente y posible.
[1] Para un desarrollo más extenso y fundamentado de estas tres categorías cf.: RAMÓN CARBONELL, L., “Existencia cristiana en clave de mujer” en BERNABÉ, C.- DE MIGUEL, P. – LEÓN, T.- RAMÓN, L., La mujer en la teología actual, Idatz / Gentza, San Sebastián 2002.
[2] Cuando la Comunión Anglicana decidió permitir el uso de contraceptivos a las parejas casadas en la Conferencia de Lambeth en 1930, el 31 de diciembre de ese mismo año el papa Pío XI publicó la encíclica Casti connubi en la que reiteraba que el propósito primario del matrimonio era la procreación y argüía que el movimiento de mujeres amenazaba con privar a las mujeres de “su más noble cometido como esposa, madre y compañera” y que las mujeres debían someterse a la autoridad de sus maridos en el matrimonio (n.26). Como ha analizado Susan A. Ross, la encíclica provocó un aluvión de literatura sobre las bondades del matrimonio en la que se subrayaba el carácter jerárquico tanto del matrimonio como de la Iglesia. La concepción de Pïo XI de todas las mujeres como madres (las monjas también eran entendidas como madres “espirituales”) y como “esencialmente diferentes” de los hombres ha sido reiterada por sus sucesores y permanece como la base de la enseñanza oficial del Vaticano sSUSAN A. ROSS, “The Bride of Christ and the Body Politic: Body and Gender in Pre- Vatican II Marriage Theology”, Journal of Religion 70/3 (July 1991) 345-61.sobre las mujeres hasta nuestros días. La Encíclica de Juan Pablo II Mulieris Dignitatem , a pesar de que contiene otras aportaciones positivas, reafirma esta concepción antropológica. Cf.
[3] CASAGRANDE, C., “LA MUJER CUSTODIADA”, en DUBUY, G.-PERROT, M., Historia de las mujeres, vol. 2, Taurus, Madrid 1992, 108.
[4] Todavía hoy este es curiosamente el único punto de vista compartido entre muchos teólogos y clérigos y muchas feministas ateas.
[5] Citado en PORCILE, MARIA TERESA, La mujer, espacio de salvación. Misión de la mujer en la Iglesia, una perspectiva antropológica, Publicaciones Claretianas, Madrid 1995, 63. Cf. A.M. HENRY, “Pour une théologie de la féminité” en Lumière et Vie 7/43 (1959) 100-128 (número especial sobre la concepción cristiana de la mujer. Para otros ejemplos de estas teologías puede leerse también: H. RONDET, “Élements pour une théologie de la femme” en Nouvelle Revue Théologique 89 (1957) 915-940.
[6] PORCILE, MARIA TERESA, La mujer, espacio de salvación…, o.c., 63. Sobre las teologías de genitivo y la teología feminista ver también ROSINO GIBELLINI, La teología del siglo XX, Sal Terrae, Santander 1998, 447-449.
[7] Ya que lo que el pensamiento occidental considera “femenino” es en gran medida una construcción histórica y cultural interesada que ha sido elaborado para complementar otra realidad histórica, cultural y simbólicamente construida: la masculinidad. Para el pensamiento feminista el género es una creación social que se construye sobre la diferencia sexual, biológica. Frente a una concepción “naturalista” de la mujer que ha conducido a una interpretación esencialista ahistórica y acrítica de la identidad femenina y del papel social de la mujer, la categoría de género resalta la construcción cultural de la condición femenina, e incide en su carácter histórico, plural y moldeable, devolviendo a las mujeres al ámbito de la libertad. La biología no es el destino.
[8] CATHARINA HALKES, “Women and the transformation of society” en HALKES, C., en REUVER, M. – SOLMS, F. –HUIZER, G. (eds.), The Ecumenical Movement Tomorrow, KOK Publishing House/ WCC Publications, Kampen/Geneva 1993, 175.
[9] ROSINO GIBELLINI, La teología del siglo XX, o.c., 449. Cf. también LETTY RUSSELL, Teologia Feminista, Queriniana, Brescia 1977, 58; N. MORTON, “Toward a whole theology” en The Journey is Home, Beacon Press, Boston 1985, 62-85.
[10] Para entender en que consiste el feminismo como posición teórica y ética en términos generales –más allá de las diferencias y divergencias que existen entre las diferentes teóricas y entre los diferentes grupos y colectivos feministas- recomiendo la aproximación amena y divulgativa de NURIA VARELA, Feminismo para principiantes, Ediciones B, Barcelona 2005, especialmente el primer capítulo: “¿Qué es el feminismo? La metáfora de las gafas violetas”, p. 13-21, y el capítulo sexto: “La mirada feminista. ¿Para qué sirven las gafas?”, p. 171-185.
[11] Para una amplia panorámica de los temas y las polémicas más relevantes en el ámbito de las diversas teorías feministas cf. AMORÓS, C. (Ed.), Feminismo y filosofía, Síntesis, Madrid 2000.
[13] HARRISON, B.W., “La fuerza de la ira en la obra del amor: Ética cristiana para mujeres y otros extraños”, en LOADES, A. (ed.), Teología Feminista, Desclée De Brouwer, Bilbao 1997, 274.
[14] PULEO, A.H., "Feminismo de la igualdad. Memoria de una Ilustración olvidada" en "El Viejo Topo" nº 73 (Marzo 1994) 28.
[16] L. RUSSELL, Teología feminista, o.c., 44. Citado en ROSINO GIBELLINI, La teología del siglo XX, o.c., 450.
[17] Para un desarrollo más amplio y sistemático de la hemeneútica feminista cf. SCHÜSSLER FIORENZA, E., Los caminos de la Sabiduría. Una introducción a la interpretación feminista de la Biblia, Sal Terrae, Santander 2004.
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